Como en un relato que se escribe a medias y se borra antes del final, San Martín dejó escapar una oportunidad que parecía hecha a su medida. En la primera de las dos pruebas en casa, el “Santo” tropezó contra un rival en descenso, desaprovechó el envión de jugar en La Ciudadela y se marchó entre silbidos y reproches. Fue la imagen de un examen rendido sin estudio, de un barco que llegó al puerto pero no supo atracar. El empate sin goles contra Alvarado caló hondo porque no se trataba de un punto, sino de un paso atrás en el sueño de acercarse a la cima.

El “Torito” marplatense había llegado golpeado y con la urgencia de sumar para escapar del fondo, mientras el equipo de Mariano Campodónico tenía la obligación de hacer valer su jerarquía y las circunstancias. Sin embargo, lo que se presumía como una tarde de reencuentro con la victoria terminó en un lamento. La falta de ideas, la escasa distribución de juego y la poca claridad para definir dejaron al local sin armas para imponerse. De aspirar a los primeros puestos, el “Santo” pasó a mirar de reojo la posibilidad de quedarse afuera del Reducido: hoy es séptimo, apenas un escalón por encima del límite.

Como si presintiera el futuro, el conjunto de Bolívar y Pellegrini arrancó el partido con la urgencia de quien sabe que un traspié le complicaría el camino. A los dos minutos tuvo la primera chance: un disparo de Juan Cruz Esquivel que tapó bien Emmanuel Francisco Gómez Riga. Enseguida, Martín Pino cabeceó sin convicción. La respuesta visitante fue inmediata: un frentazo de Joaquín Susvielles que dio en el cuerpo de Darío Sand y un intento de Agustín Bolívar que exigió al correntino. En ese ida y vuelta quedó claro que el fuego inicial del “Santo” se apagaba demasiado rápido.

Con el correr de los minutos, Alvarado fue encontrando confianza. Juan Gobetto sacudió el palo izquierdo, Kevin Silva ganó de arriba y el ex “santo” Enzo Martínez probó con un remate cruzado que fue otro aviso. El local, en cambio, se apagó. Ni los intentos individuales de Juan Cuevas y Franco García alcanzaron para encender a un equipo adormecido, incapaz de generar la jugada que cambiara la historia.

En el complemento, lo poco que mostró San Martín no torció la tarde. Hubo un cabezazo de Mauro Osores, un remate de Aníbal Paz –de lo mejor en el equipo– y un disparo desviado de Franco García. Esas pinceladas aisladas no lograron calmar la impaciencia de la tribuna, que pasó de la expectativa inicial al murmullo, y de allí al silbido lapidario. Cada intento fallido era una página en blanco más en el libro que San Martín se niega a terminar.

El eco de Puerto Madryn sigue resonando. Esa derrota dejó marcas en un plantel que aún no encuentra la manera de levantarse. Había que sumar seis puntos en casa, y ya se desperdició la mitad del desafío. Lo que para los hinchas debía ser un triunfo se sintió como una derrota encubierta.

Ahora el desafío de Campodónico es mayor. El técnico debe reconstruir la confianza de sus jugadores y hallar una fórmula que permita abrir defensas cerradas. En La Ciudadela los rivales llegan con la idea clara de esperar y resistir, sabiendo que la presión juega en contra del anfitrión. Romper ese cerco se convirtió en la prueba pendiente.

La preocupación es evidente: si un equipo que pelea arriba no logra doblegar a un rival en descenso, el futuro se nubla.

En Bolívar y Pellegrini entienden que el torneo no concede tregua. El próximo escollo será el miércoles desde las 21.30 contra Deportivo Maipú, el último que por ahora se aferra al Reducido. Allí, nuevamente en La Ciudadela, cada punto será vital.

La falta de contención en el medio, la escasa circulación y la ausencia de eficacia se repiten como un disco rayado. Los mismos errores arrastrados semana tras semana ponen a San Martín en un lugar incómodo, lejos de la ilusión y demasiado cerca de la frustración.

A contrarreloj

El reloj avanza y las fechas se acortan. Como un corredor que perdió el ritmo y debe acelerar en los metros finales, el equipo de Campodónico está obligado a salir del bache si no quiere resignar sus aspiraciones al ascenso. El margen de error se achica y el final de año ya no se mira con esperanza, sino con la urgencia de quien sabe que, si no reacciona, la historia puede terminar sin premio.